“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mateo 11:28-30).
Sólo Mateo recoge estas palabras de Jesús. El pensamiento es un hebraísmo que significa que solamente llegarán a conocer quienes verdaderamente deseen conocer. Los niños son aquellos que se sienten ignorantes, pero desean aprender. Los cansados son quienes se sienten oprimidos. Por eso la invitación del Maestro no va dirigida a todos los trabajados y cargados, sino a quienes lo están y lo saben, lo sienten y lo sufren, y desean experimentar el alivio que sólo el Señor puede dar.
Los yugos se empleaban para los pares de bueyes. Se han empleado en la antigüedad en muchas latitudes, y el Mediterráneo no ha sido excepción. Se formaban con un recio madero curvado para ajustarse al cuello de las bestias, atándose con correas o cuerdas. Evidentemente, si el yugo no estaba bien equilibrado, no era un yugo fácil. Jesús emplea esta figura por estar muy familiarizado con ella. Tengamos presente que los carpinteros de la época no eran constructores de mobiliario, sino de aperos para la labranza y sencillas estructuras de madera para las casas. De modo que Jesús debió haber tenido muchos yugos en sus manos durante sus años de trabajo en el taller de Nazaret. Pero también se empleaba la figura del yugo entre los rabinos –el yugo de la instrucción- para referirse a la disciplina del estudio en las diferentes escuelas de la época. En la Mishná hallamos la expresión “tomar sobre sí el yugo del santo reino”, con el sentido de consagrarse al estudio de la Torá, la Ley del Señor; mientras que la designación “hombres de Belial” se refiere a quienes viven “sin el yugo”, es decir, sin gozar de la instrucción de los mandamientos, preceptos y ordenanzas del Señor. De manera que aquí Jesús está invitando a que quienes se sientan cargados opten por ser sus discípulos.
Las figuras del yugo y de la carga son claras referencias a la esclavitud:
“Tu padre agravó nuestro yugo, mas ahora disminuye tú algo de la dura servidumbre de tu padre, y del yugo pesado que puso sobre nosotros, y te serviremos.” (1º Reyes 12:4).
Sin embargo, Jesús presenta un inmenso contraste entre su yugo fácil y el yugo de hierro con que Israel será sometido por sus enemigos si desobedece al Señor:
“Por cuanto no serviste al Señor tu Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas, servirás, por tanto, a tus enemigos que enviare el Señor contra ti, con hambre y con sed y con desnudez, y con falta de todas las cosas; y él pondrá yugo de hierro sobre tu cuello, hasta destruirte.” (Deuteronomio 28:47-48).
El yugo y la carga de Jesús son las sendas antiguas, frente a los innumerables mandamientos de hombres con que la Ley había sido adulterada por los fariseos y saduceos:
“Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo: En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí. Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. El que es le mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” (Mateo 23:1-12).
“Así dijo el Señor: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos.” (Jeremías 6:16).
El Señor se presenta en muchas ocasiones como el liberador de su pueblo bajo la figura de la rotura del yugo de esclavitud:
“Yo el Señor vuestro Dios, que os saqué de la tierra de Egipto, para que no fueseis sus siervos, y rompí las coyundas de vuestro yugo, y os hecho andar con el rostro erguido.” (Levítico 26:13).
Ahora bien, el yugo no sólo puede representar el poder dominador de los enemigos, sino la soberanía justa de Dios, que es, naturalmente, suave, fácil, ligera, y amorosa. Y es a esa clase de dominio al que nuestro Señor Jesucristo se refiere al invitarnos a estar bajo su yugo, para aprender mansedumbre y humildad:
“Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo, yo que estando presente ciertamente soy humilde entre vosotros, mas ausente soy osado para con vosotros…”. (2ª Corintios 10:1).
La mansedumbre y la humildad del Mesías son las características esenciales para el descanso y reposo del alma que todo discípulo de Jesucristo precisa para poder llevar a cabo la obra de la extensión del Evangelio, el consuelo de los entristecidos, la liberación de los oprimidos, y el ministerio de la reconciliación.
El yugo es también símbolo de asociación o vínculo. De ahí que el apóstol Pablo nos advierta de no establecer sociedad con los impíos:
“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del
Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.” (2ª Corintios 6:14-16).